Deseos



Y me niego a pensar, que puede ser distinto. Y me niego a pensar, que hay un más allá. Y me niego a pensar que las aguas se entrecruzan nuevamente, que se mezclan una vez más, porque la vida es una, y no niego nada de lo que pueda haber más allá,  pero no creo en nada de lo que pueda haber más allá, porque nadie ni nada me asegura lo que pueda haber más allá, o lo que no haya, más allá. Y los momentos compartidos prevalecerán para siempre en mi memoria, por el resto de mi memoria, pero no para siempre, mis recuerdos viven en mí.
Y aunque más lo quiera, más me convenzo de esta puta realidad, que no vas a volver, que no van a volver, donde quiera que estés, o que no estés, ya no vas a volver de donde estás, o de donde no estás, porque cada uno tiene que asumir lo que le toca, cada uno tiene que hacerse cargo, y acá estoy escribiéndote estas palabras, descargando mi ira en forma de nostalgias, asumiendo la parte que me toca. Y vos, desde donde ahora estás, bueno, mucho no podes hacer realmente.
Con los pobres recuerdos que me quedan, aunque me cueste te estoy recordando, que desde que te fuiste, acá en esto que llamamos Tierra, en esto que llamamos vida, en este mundo, en este dos mil doce, te extrañamos, deberías saberlo. Extrañar. Extraña palabra, si las hay. Corresponde a un sentimiento, una mezcla, de deseo, de querer, materialmente hablando, porque realmente desearía que no te hubieras ido. ¿Que no te hubieras ido? ¿Ir a dónde? Carajos, no entiendo nada de nada. Pero si estas allá, lejos de casa, en quién sabe dónde, en un primer piso, y cada tanto visitamos una pared, con muchos “vos”, lleno de silencio, de tristeza, lleno de vacío, triste realmente, y desearía que no fuera así, pero estás allá, por la estupidez de los infradotados que te llevaron, que los llevaron, bueno, la costumbre de una sociedad enferma, desequilibrada. Tengo que confesar que realmente te quiero. Te quiero, de la manera más material y más egocéntrica posible, te quiero conmigo, acá, con nosotros, no te quiero donde estas ahora, te quiero viva, pero ya no se puede, ya te fuiste. Te fuiste. Dónde te habrás ido, sólo sabe Dios. ¿Dios? ¿Qué será Dios? No entiendo. ¿Quién lo inventó? ¿Cómo y cuándo vivió? ¿Por qué creías en él? ¿Por qué la gente cree en Dios? ¿Estás con Dios? Y sobre todo, por qué te llevó.
Yo creo.. O quiero creer.. Que las cosas simplemente pasan, y uno tiene que amoldarse sin hacerse muchas preguntas, preguntas que no llegan a ningún lado, a ninguna respuesta. Creo que no tenemos la capacidad para entenderlas, y básicamente es por eso que no podemos responderlas. Yo particularmente, no quiero aceptar nada, porque soy demasiado caprichoso para aceptar muchas cosas, porque NO QUIERO ACEPTARLAS. Y no quiero superar esto. Porque no te quiero terminar de olvidar. Ya no me acuerdo el color de tu voz siquiera, por más que intento no puedo. Pero no quiero intentar. No me acuerdo de muchas cosas, ojalá pudiera. Apenas si te sueño cada tanto.
Te quiero. Te quiero acá conmigo, no quiero aceptar ningún verso, de nadie, de nada, vos te fuiste, y no entiendo por qué me molesta tanto hoy, es como una herida que no termina de cerrarse nunca. Y quizá porque no quiero que se cierre, porque no dejo que se cierre, porque quiero su recuerdo. Cual fotos viejas archivadas de años atrás, solo que me quedan pocas, y no quiero perderlas, porque cada vez que me acuerdo de vos, las quiero ahí, en ese viejo altillo de mi mente, en esa misma caja de cartón duro lleno de polvo, para poder subir y verlas, y suspirar, aunque sean pocas y aunque no me haga bien, prefiero el recuerdo a la nada misma. Me hace suspirar, casi me hace llorar. Recuerdo la noche que nos dijeron lo que pasaba. Todo era tristeza. Aunque ya se sabía lo que posiblemente y probablemente iba a pasar, todos mantenían ese hilo de esperanza en que todo cambiara, pero no, no cambió, y te fuiste no sé a dónde, más bien te quedaste, pero sin poderte mover para siempre, sin poder hablar ni respirar, sin poder saludarme, sin poder mirarme, sin poder sentirme, sin poder sentirte. Y fue esa noche que me negué a llorar. No entiendo los motivos. Pero es hoy, después de muchas otras noches iguales, que te estoy escribiendo, con los ojos brillantes a punto de… Y no entiendo por qué, y quiero entender por qué te fuiste, pero no quiero aceptar la verdad, ni la mentira, ni quiero aceptar nada de lo que me digan. Y no creo que alguna vez vuelvas a estar conmigo tal y como eras, porque no hay otra igual, porque es así la vida. Y no creo que haya nada más, creo que es una mentira, un invento, no hay nada más y a mí no me van a hacer creer, y no voy a volver a sentirte, y no voy a volver a agarrarte la mano, y no vas a volver a verme, porque ya no estás, y donde quiera que me vaya cuando a mí me pase lo mismo, no creo que sea al mismo lugar, me voy a convertir en polvo, y nada más, la carne se va a pudrir, los huesos se van a hacer polvo, dentro de un cajón de madera, posiblemente, tal como pasó con vos, pero no creo en nada de lo que me digan. Ya no. Hoy estoy demasiado caprichoso y no quiero creer en nada. No quiero. No quiero cerrar esta herida tampoco, me niego, porque no quiero perder esas fotos, sobre el altillo, dentro de la caja de cartón, que cada vez son menos. Te quiero, por el resto de mi mente te quiero, por el resto de mi memoria, te quiero, extraño todo, quiero volver a vivirlo, lo deseo, te quiero, te deseo, te quiero, y de la manera más material te quiero, te quiero y te vuelvo a querer. Y sin más, tu nieto, que te escribe, no sabiendo bien por qué, porque ya no lo podes leer.

C


De repente esta soledad se puebla, se puebla de esperanzas, dejás de ser un trazo de lápiz h en una hoja de dibujo, en el escritorio del living, en la inmensidad de esta noche, un trazo, una línea, una curva, levanto el lápiz, otra curva, luego dibujo tu boca, pequeña y delicada, perfectas si las hay, sombras, más trazos, sigo por la intensidad del negro de los párpados, casi puedo sentirlos tan cerca, que entreabiertos tus ojos me miran, miran mi rostro aturdido. Me sonreís y te sonrío, todo es perfecto, ahora sí. Luego abro los ojos, y allí de nuevo me encuentro yo, me encuentro dibujándote, a la luz de la lámpara del escritorio del living de mi casa, con el sonido de la música atravesando todo el ambiente, llegando hasta lo más profundo de mí. Esta soledad se puebla de vos, cuando mágicamente una silueta atraviesa la puerta, indudablemente tiene tu forma. Sin decir una sola palabra te continúo inventando, acá a mi lado, en cada trazo, en cada sombra, en cada línea, en cada curva. Un montón de grafito y plomo, en un papel que ya no sirve más, con un lápiz con punta cada vez más redondeada. La música sigue sonando, esa voz gruesa, ilegible pronunciación con acento americano, el hombre, recordando aquel desdichado once de septiembre, en cada nota, en cada frase, yo lo sé. Sentada al lado mío, cada vez con mejor definición estas vos, dibujada entre grises, inmortalizada de por vida, recuerdos imborrables. Luego una firma por debajo, una fecha. 
Doy vuelta la hoja, y su nombre escrito en lápiz.

Capítulo 7

Toco tu boca, con mi dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta con cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, luego hacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mirándose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando con sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acarician lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar junto a mí como una luna en el agua.

Rayuela, Julio Cortázar.

La puerta

          Nostalgias. Puertas que se abren de par en par, sentimiento módico de plenitud al ser atravesadas. Dimensiones infinitas, dentro de la mente del sujeto, dejando atrás momentos, cerrando esa pesada puerta que supo existir. Esa es su principal meta. Cerrar a su espalda una puerta, y no importa el devenir en su dialéctica. El principal objetivo es escapar, del cuartel invadido por los indios, lograr llegar hacia el próximo pueblo, aunque no sabe si fue invadido ya, incendiado, saqueado, si secuestraron a las mujeres y a los niños para esclavizarlos y procrear, y dieron muerte a los hombres. Es clara su meta, pasar a la siguiente puerta, lo que haya luego parece ser indiferente. Acaso es escapar, de esa vida ideal, ejemplar, en la que un día de repente aparecimos, aparecimos dentro de esta gran habitación, habitáculo, lleno de extraños olores, eso que llaman sensaciones, colores, jarrones con restos de espuma de cerveza de raíz, más como testimonio que como espuma en sí, de ésta inmensa habitación en la que todos estamos metidos, y que intentamos escapar, encontrar el lugar exacto donde está esa puerta que nos va a llevar al paraíso, a la juventud, a la niñez eterna, al útero, y otras yerbas.
          Pasamos la vida buscando esa puerta, pero cuando la encontramos, deja de ser especial, deja de ser la puerta que buscábamos, volvemos nuevamente a recorrer la habitación, en la oscuridad de la noche, por entre la niebla espesa de la mañana, sin tener noción, sin saber qué buscamos, cómo es esa puerta, qué es esa puerta, sin saber a dónde nos conduce, pero que nos va a sacar de acá. 
          Otros, más conformistas, persiguen un título, una profesión, un oficio acaso, una copa más, la del estribo quizá, en aquél apestoso bar sureño, lleno de espeso humo de tabaco cubano, atestado de prostitutas y drogadictos, y transa, y ofrecimientos, y homosexuales, camas destendidas con apestosos acolchados con humedad, lámparas con campanas rojizas, mucho humo en el ambiente. Escapes alternativos, aunque sería una estupidez que alguno de estos seres creyera que por estos medios puede llegar a obtener la llave al oasis tan añorado, aunque nadie sepa con exactitud cómo es, o dónde está, o qué tan lejos, o qué tan grande es, o de qué color es el agua, las plantas, si el sol también ilumina tal recreación, de la voluntad general, de nuestras mentes, después de todo, es inherente a cada persona, vive entre el común de la gente, escondido entre todo ese universo de lo implícito, porque después de todo, no va a poder quedar explícito, a menos que alguien lo visite, y le saque fotos con una cámara digital que queden como testigos irrebatibles de la preciada existencia de nuestro supuesto sitio, luego las publique, y lo demás ya lo saben.
          Encontraremos esa puerta, encontraremos la salida a la habitación y no nos daremos cuenta, y ya no será una salida, sino más bien una entrada, a ese espacio donde no hay mal, ni tampoco hay bien, donde no hay sentimientos, no hay pasiones, no hay locuras, ni tampoco hambre u satisfacción.  El presente no dependerá del pasado. Nosotros traeremos todo aquello, nosotros haremos que dependa. Inventaremos lo necesario, lo pensaremos, crearemos su idea,  y no sabemos cómo. Es una constante búsqueda de la felicidad, continuaremos buscando ese fin, la felicidad, la belleza, el éxito, la plenitud, la satisfacción, la paz. La hinchazón en los pies no va a terminar liquidando. Caminaremos montañas, cruzaremos senderos, puentes colgantes que están por descolgarse, todo en búsqueda de todo esto.
          Y después de todo, ¿qué si el mundo es finito?  

Crisantemo amarillo

          El sujeto tomó con sus manos su bondad, sus alegrías. Y frente a ella las deshizo, todo lo bueno que tenía. Tiró todo al piso, la pisó, las aplastó con su zapato hasta hacerlas polvo. Cada pedazo, sin importarle en absoluto. Ella veía, y no entendía lo que pasaba. Él, sin piedad, rompiendo la mitad de la muchacha en el suelo, su mitad, era de ella. Ella mientras tanto, sólo podía observar ese acto de crueldad que, aunque intentase, no lograba entender lo que en realidad pasaba. Sus ojos brillaban con la luz de la mañana que entraba desde la ventana de aquella húmeda habitación, cada vez con más intensidad hasta estallar.
          Fue cuando rompió en llanto, cuando se dio cuenta el mal que él le estaba haciendo a ella. Ella penosamente lo abrazó, con lo que le quedaba de fuerza, de vida, casi dando lástima. A él no le importó, ni siquiera la abrazó, ni le dijo nada, solamente esperó a que termine de humedecerle su hombro, que termine con el absurdo acto de pena, luego la soltó, empujándola cual perro molesto, ella llorando ella se tiró al piso, agarrándole ya sin fuerzas los pies, rogándole por lo que más quiera que no se marchara, que no la dejara, pero dio media vuelta, abrió la puerta y se marchó. Ella quedó tendida en el suelo, llorando a gritos su nombre, entrando en crisis, manchando la madera de humedad, en el piso se mezcló de un tono negro del maquillaje que llevaba. Gritó su nombre hasta que su voz no pudo más, suplicando, pero él no volvió. Así se quedó durante horas, tendida en el suelo junto a sus pedazos de vida. Lo era todo.
          Se quedó en pena dentro de la habitación, pensando, pensándolo. Pensándose junto a él, los momentos, los pedazos de vida, que habían pasado juntos. Tratando acaso de entender. Tratando de entender cómo de un día para el otro, toda su vida cambió para siempre. De aquí en más ya nada sería la misma muchacha casi resplandeciente, llena de luz. Pero tenía que seguir, levantarse y dar pelea, ya sin él, sin su compañía, con algo de odio y rencor en su piel. Después de todo, no podía seguir noqueada en el suelo por ese amor para siempre. Debía levantarse, como sea. Ella tenía muchas preguntas, y pocas respuestas, le llenaron la mente de dudas, todo se desvirtuó, se replanteó qué valía la pena, qué debía hacer, en completa soledad. Se sentó y se quedó junto a su cama, pasó allí toda la noche, pensando. Buscando respuestas.
          El tipo de gente que mérito hace por estar bien, por sentirse bien, por ser mejor y superarse día a día, es el tipo de gente que en general, más termina golpeándose, más la sufre, decía ella, partida en lágrimas. Pero ya no tenía ganas de llorar, ya no más. Y será que aquella muchacha de ojos negros tenía razón, aludiendo a su empírica certeza, convencimiento, resignación.
           La gente ve en color todo aquello que desea, todo lo que tiene sentido tener, y que todavía no tiene. En cambio, cosas tan elementales, tan sanas, buenas, hasta necesarias para el día a día, no tienen color ni sentido alguno, se transparentan ante sus ojos negros, caprichosos, tercos que no se dejan querer, por quien en realidad quiere poder quererla, poder cuidarla y complacerla en todas sus necesidades, necios que se dejan llevar, es parte del inconformismo natural inherente. 

Nubes

Enamoramiento, para mí? Algo tan básico, elemental. Poniendo todo a prueba con solo preguntar, qué espero de una mujer, qué espero de una pareja. No estaría mal asociar a la pregunta qué espero de ella, que me supongo, en este estado de total y profundo enamoramiento, es lo que más se apega a mi idea de mujer, de pareja. Y en el difícil proceso de abstracción dentro de la mente para el propio entendimiento, porque claro, como siempre me pasa, no sé qué (mierda) quiero, con sólo preguntar, pone en duda mi ser, pone en duda si ella se apega a esa idea de mujer. Pero sí, mis queridos amigos. Todas sus cualidades son inherentes a mi idea de mujer. Ella es simplemente perfecta, siendo imperfecta a la vez. Y aunque poco sentido tenga lo que digo, paradójicamente es exactamente lo que pienso.
Y luego de estar enamorado? Y cuando se acabe ese anteriormente cuestionado enamoramiento? Porque claro, es a lo que tanta importancia intento darle, después de varias vivencias, uno se hace a sí mismo y se va conociendo de lo que quiere, de lo que siente. Y sí, señores. Sigo creyendo que es ella la mujer.
Independiente mente de lo que piense. En otras palabras, me resbala lo que piense, si le intereso o no, si quiere lo mismo que yo. Y evidentemente no. Lamentablemente, ella no quiere lo mismo, mis queridos lectores, compañeros viajeros de este expreso de la vida. Básicamente, no estoy ni cerca de apegarme a sus pretensiones, a su ideal. Y, lógicamente, no va a cambiar por mí. Y, lógicamente, no puedo cambiar por ella, ni quiero cambiar por ella, muestra irrebatible de debilidad e inseguridad. Ella pareciera que vive en un mundo lleno de hadas, gnomos, y duendes por doquier, señores. O intenta vivir, donde todo va a ser color de rosas, perfume de jazmín, días de sol sin nubes. Y los habitantes de su mundo, serían personas que encajaran, en teoría, con su idea o prototipo, o estereotipo, en fin. O, dicen, encajar. O ella es quien decide incluirlos.
Lejos de ser parte de ese mundo de canciones, rico olor, bellos colores, gnomos, días de sol, vivo mi vida alejado en general de la felicidad, viviendo una realidad más amarga, donde los días a veces son de sol, a veces están nublados, a veces de lluvia, tormentas eléctricas, de humedad, y a veces, hasta pareciera que el sol decide no amanecer, viviendo una vida un tanto más infeliz, pero viviendo una vida, creo, más apegada a la realidad, a la objetividad, viviendo una realidad más real, o al menos lo intento. Mi realidad, creada por mí, principalmente, siendo aún subjetivo, se acerca más a lo real, amando y valorando todo aquello que me cuesta horrores conseguir, boxeando aquellas cosas que podrían hacerme feliz, añorando momentos que jamás existieron, volando demasiado alto, y cayendo bajo, dudando certezas, asegurando dudas, tachando la doble. 
Dentro de la primera parte de mi citado universo, vive ella, en los más altos aposentos, ocupando gran parte de mi mente y de mi tiempo.

Creyendo penosamente, manteniendo ese hilo de esperanza en vos, aguantando. Dejándome pensando en todo aquello con la cabeza entre mis manos, dando lástima, dándome lástima. Así voy viajando.
Y si es así como esto parece, si acaso tengo razón en lo que pienso, que no vas a estar allí cuando te siga esperando eternamente, en aquella noche de lluvia intensa, de gotas cayendo sobre el asfalto, mojándome, mezclando lágrimas saladas con dulce agua fría, solamente te pido que te alejes, nada más, y de a poco, progresivamente. Pero que no me lo digas, solamente necesito que te alejes, porque no quiero dar más lástima, porque no quiero darme más lástima. No te quiero más en mi mente si así va a ser, no quiero tampoco tu amistad. Y si no es lo que quiero, realmente no quiero nada, no me conformo tan fácilmente.
Lamento ser terminante en mi raciocinio. Lamento no poder seguir así. Lamento sentir esto que siento, tan profundamente. Realmente lo lamento por mí. Pero te pido que te alejes, si acaso no sentís lo mismo, porque estar así, me hace mal.
No así si sentís, porque bienvenida en mi vida vas a ser, y nada de lo que necesites te va a faltar, y nada de lo que quieras te lo voy a negar, y nada de lo que cualquiera te garantice, te va a faltar.
Y va a ser ese momento, en el que aquella eterna lluvia de verano va a cesar, y va a ser ese momento en que el sol va a brillar, y la noche ya no va a ser noche, y el día va a ser eterno en aquel paisaje, en ese momento con colores, con vida, con alegría, felicidad, plenitud, sin penas. Solo será si crees que puede ser posible tal concepción. Nada pierde uno con intentar, sin ánimos de mendigar, compañera de viaje.

04.03

- Por qué me queres?
- No lo sé, solamente sé que es así, un día apareciste, y ya. Simplemente, no pude evitar sentir.
- Tu sabes que no vamos a estar juntos nunca, cierto?
- Si, lo sé. Pero no entiendo por qué. Por qué? Dime, en qué fallé.
- Es que tú eres tú, y yo, soy yo, y no importa cuánto me quieres o si te quiero o no. Comprendes?
- Sí, y me da profunda tristeza e impotencia. Podría dar todo por estar junto a tí, podría ser quien quieras, cualquier cosa. Solo tienes que pedírmelo y lo seré.
- Eres un idiota.
- Si quieres que sea un idiota, puedo serlo por tí.
- No entiendes, verdad?
- Entiendo, pero aún así intento, qué puedo hacer? Verte pasar y quedarme sentado, de brazos cruzados, cuando tú te vas alejando con cada paso, con cada momento, con cada mirada, de mí? Interiormente, tengo la esperanza de que en algún momento voy a poder estar contigo y me vas a aceptar y querer tal y como lo quieres a él.
- Por qué estas tan seguro? Qué te hace pensar?
- Porque lo siento, simplemente lo siento. Siento que te quiero, que realmente estoy queriéndote, que estoy profundamente enamorado de tí, y que fue lo mejor que me pasó. Eres lo más lindo que tengo, aunque no te tengo.
- No vas a estar conmigo nunca.
- Por qué me decís eso? No me quieres? Puedo irme si quieres, solo pídemelo y lo haré.
- A veces, las cosas se dan porque sí, uno llega cuando el otro se esta yendo, y luego vuelve y éste es el que se esta yendo ahora. Desamores. Sé lo que eres. Pero no puedes dejar todo por amor, qué quedará de tí entonces?
- Y qué importa eso? Ya nada importa, no tengo más que perder, y cómo no intentarlo? Estoy hablando contigo, aquí, ahora. Solo quiero lo mejor para tí, no quiero otra cosa. Pídemelo, dime qué es lo mejor para tí, y trataré de concedértelo, intentaré que estés bien. Solo inténtalo, si no lo haces nunca podrás saber, después de todo, qué pierdes con intentarlo?

cold rain

Me encontré en esa calle en bajada en dirección sur, cerca de General Paz, caminando solo a la madrugada por el medio de la calle. Con la ropa empapada por la lluvia. Todavía no paraba. Se podían ver con claridad las gotas caer en el reflejo sobre el asfalto de la luz naranja que iluminaba aquella calle. Sentía muchísimo frío, no parecía febrero. No sabía por qué lo estaba haciendo. Ya no tenía ningún sentido siquiera. Pero estaba ahí. Sin nada en los bolsillos mojados por la lluvia. Sin las llaves de mi casa. Sin saber cómo salí sin llevar llaves. Sin mi celular, sin la tarjeta del colectivo ni monedas. Sin nada en absoluto. Sólo mi ropa mojada. Todo lo que necesitaba quedaba cuatro calles abajo o cinco, y no sabía más nada. Ni tenía verdad alguna aparte de esa. No pensaba en nada, solamente en ella, y en que si no la veía no sabía lo que iba a hacer. No tenía idea. Solamente tenía que encontrarla, cuatro calles abajo o cinco, y nada más iba a pasar si no la encontraba. Iba caminando por aquella calle iluminada por esa la luz naranja. No tenía nada que hacer. No sabía siquiera qué hora era. Tampoco sabía si merecía encontrarla. Pero no lo pensaba. Solamente rogaba que esté. Las lágrimas saladas se mezclaron con la lluvia, y caían sobre el asfalto. Solo se escuchaba la lluvia caer, golpear fuerte contra el suelo en medio de aquella noche. No había nadie. No había autos fuera, ni se sentían circular. Tampoco se escuchaban ladridos de perros. Sólo la lluvia, intensa lluvia que caía y golpeaba con fuerza sobre el asfalto de la calle, y se deslizaba con suavidad hacia el sur, hacia donde iba yo caminando. Ya solamente quedaban dos calles. Cada vez se ponía más oscuro, cada vez las luces iluminaban menos mi sendero. Solamente pensaba en cruzar, y que algo mágico pasara. No creía en la magia, ni en ninguna religión, no creía en nadie ya, ni en nada. Solamente en ella, y en que algo debía pasar aquella noche, algo mágico. La lluvia no paraba, y sentía mucho frío, probablemente me iba a enfermar. No estaba bien abrigado siquiera. Y tenía toda la ropa mojada por la lluvia, intensa que caía sobre el asfalto. Sabía que no me merecía nada. Por eso estaba allí. Sin nada ni nadie que me acompañara, pero con ese hilo de esperanza de poder verla en aquella noche de lluvia de febrero. No quería otra cosa, lloraba del deseo, lloré, y las lágrimas se mezclaron con el agua de la lluvia, que caía y me mojaba más y más, y ya nada podría hacer, si con cada paso, más me mojaba, y más se oscurecía, y de ese hilo pendía mi esperanza, o lo que quedaba de ella. Sabía que debía estar durmiendo, al otro día iba a viajar y verlo, es lo que ella quería. Y cómo iba a saber todo esto? Si nunca jamás me atreví a decírselo. Nunca pude decirle, que ella era la persona. Y no otra. Ella no sabía nada. Lloraba por eso. Lloraba por no haber tenido el coraje de decírselo. Y las lágrimas, saladas se mezclaban con las frías gotas de lluvia que caían y golpeaban con fuerza. 
Pero al pasar por la quinta esquina, sin más, sentí que dos manos las secaban de mis pómulos. Y me abrazaba por la espalda. Y ya no había más llanto, y se quedaba junto a mí, abrazada bajo la oscuridad de aquella noche fría de lluvia, que nos mojaba y caía sobre el asfalto, iluminado por la luz naranja de la calle. Todo se desvanecía lentamente. Nada era real. Pero ella estaba allí, abrazándome por la espalda, mojándose bajo lluvia, desvaneciéndose lentamente en el paisaje oscuro, de aquella noche fría, de lluvia intensa, de tristeza y llanto, de amores desencontrados. Ella probablemente seguiría soñando, para verlo al día siguiente a La plata, y yo seguiría caminando en la noche, por aquella calle oscura, buscando aquella quinta esquina en donde me encontraría, y sin más, el llanto cesaría, y ella me abrazaría por la espalda, y todo volvería a desvanecerse, en aquel lúgubre paisaje, de aquella fría noche de lluvia intensa de febrero.

Wonderland

Nena, invitame a vivir con vos una vida en el país de las maravillas, viviremos en un paraíso, sobre una esponjosa nube blanca, y desde la ventana de nuestra habitación podremos mirar la inmensidad de un océano de lágrimas del sol. Donde nada más exista, nada salvo nuestro castillo de cristal, que flotando en una nube viaja sobre un planeta relleno de versos y poesía. Un lugar donde no exista la maldad ni el odio, ni la tristeza ni el olvido. No existirá la vida ni la muerte, ni el tiempo y espacio. Tampoco el bien y ni el mal. Será una primavera eterna. Invitame a vivir esa vida contigo. Quiero vivir en ese castillo de cristal junto a ti, cada instante en ese paraíso sobre una nube blanca esponjosa, que flota sobre un océano de lágrimas de sol, y gira sobre un planeta relleno de versos y poesía. Invitame, nena, a vivir el país de las maravillas, junto a ti.

6.2

                Era ya de noche, y hacía frío. Le pagué al conductor y bajé del taxi, al mismo tiempo en que abría mi paraguas, la lluvia era muy intensa. El conductor me había dejado a veinte metros del café en donde me encontraría con el detective nada menos que por el caso del asesinato de mi esposa. Caminé calle abajo hacia el bar y entré, estaba desierto. No había entrado nunca en ese bar. Tenía un aire antiguo, con grandes aberturas. Ese típico aire tan espeso que rondaba dentro, no me agradaba para nada. Me senté en una de las mesas junto a la ventana. Se acercó el camarero, y me preguntó qué iba a pedir. Le dije que estaba esperando a alguien, y éste, con cara de un tanto sorprendido, se retiró hacia la barra. Empecé a ojear el periódico que había dejado el camarero al venir hacia donde estaba sentado, y luego de una corta espera, el detective entró en el bar. Me buscó con la vista y rápidamente, y me encontró cuando miró hacia su izquierda, donde me encontraba sentado. Me saludó extendiendo su mano derecha y se sentó. Se notaba que no tenía paraguas, por lo mojado que estaba su tapado, cual se quitó junto con su sombrero y dejó en un perchero cerca de la entrada. Me preguntó si había ordenado algo ya, a lo que respondí que no aún. Sacó del bolsillo de su saco una grabadora, y la apoyó en la mesa, junto con unas hojas de papel escritas. El mozo se acercó, y ahora sí nos tomó la orden, le ordenamos dos cafés. Entonces, el detective comenzó:
               - De acuerdo, señor Maurer, ¿estamos listos para empezar?
               - Sí, estoy listo señor.
               - Podemos comenzar entonces. ¿Le molesta si grabo la conversación?
               - En absoluto, adelante.
               - Cuénteme exactamente los hechos sucedidos aquella madrugada, con la mayor cantidad de detalles y de precisión posibles.
               Entonces, el detective sacó del bolsillo de su camisa un puro, lo desenvolvió y lo encendió con un fósforo, y comenzó a fumar. Me ofreció uno y acepté, también me ofreció fósforos. Llamó y pidió un cenicero al mozo, y entre medio del humo que rondaba en el ambiente, encendió la grabadora. Cruzó sus brazos, apoyados sobre la mesa, sosteniendo su cigarro.
- Todo comenzó, aquella noche, cuando llegué a mi casa. No puedo recordar exactamente a qué hora, ni de dónde venía, se que fue calle abajo, en dirección sur. Subí la escalera de la entrada, y al llegar hasta la puerta, me di cuenta que no sabía dónde podían llegar a estar mis llaves. A lo primero que atiné, fue a buscar en los bolsillos de mi saco. Pero no encontré nada. Si le digo la verdad, en ese momento, me di cuenta que no tenía ninguna pertenencia. No tenía mi billetera, tampoco mi teléfono. En el bolsillo de mi pantalón, únicamente encontré un papel, supongo, con una dirección, aquí está, mire usted.
               El detective tomó el papel, la dirección era Hungría 756.
               - Le aseguro que no tengo idea de quién me pudo haber dado ese papel, no lo escribí yo, tampoco. Desde que tengo noción de aquel momento, simplemente lo tenía ahí, como si yo lo hubiera guardado, es tan raro... No he ido jamás a ese sitio, se lo aseguro, o al menos desde que tengo memoria. No sé de quién puede llegar a ser, o qué es lo que puede llegar a haber, y no creo haber pasado por allí siquiera.
               - Está bien, no se preocupe. No estoy juzgándolo. Sólo prosiga.
               - De acuerdo, disculpe usted. En fin, como le iba diciendo. Al no encontrar las llaves, atiné a tantear el picaporte, me llevé una sorpresa cuando descubrí no estaba asegurado con llave, abrí entonces, y cautelosamente y en silencio entré. Una vez dentro, encontré mis llaves del otro lado de la cerradura. Aseguré entonces la cerradura. Todo parecía demasiado extraño. Pasé a través del zaguán, e ingresé a la galería. Al entrar, llamé al nombre de mi esposa, Clara. Varias veces. Pero ni ella, ni nadie respondieron. Apoyé las llaves en la mesa de la entrada. Se escuchaba el sonido de una música, noté que era Charly García al acercarme al lugar donde provenía el sonido, y la canción era No bombardeen Buenos Aires. Apagué la radio de donde provenía aquella música de inmediato. Era la habitación del medio, que perteneció a mi hijo. Hacía mucho frío. Revisé la habitación de adelante de la casa. Luego nuestra habitación. No encontré nada. Llamé a su nombre varias veces más, pero nadie respondió. Me senté en mi lado de la cama, y con una expresión de desconcierto, me quedé mirando hacia el suelo por un buen rato, con los codos apoyados sobre las rodillas, y mi cabeza sobre éstos. Tratando de pensar cómo había llegado, mejor dicho, de dónde había llegado, todo era tan confuso... La cabeza me estallaba. Necesitaba una ducha. Así que me desvestí, me saqué el reloj de pulsera, recogí toallas y mi ropa interior y me bañé. 
               En aquel momento, había llegado el mozo con la bandeja con nuestra orden, a quien le di las gracias, y continué con mi explicación.
               - Como le iba diciendo, al terminar, el dolor de cabeza se había apagado. Me vestí y fui a la sala. Me hundí en lo más profundo del sillón, y me serví un vaso de J&B que había en la mesa junto al sillón, que yo mismo había dejado la noche anterior. Fue en ese momento que escuché sonar el teléfono, no dejé pasar mucho tiempo hasta que me levanté del sillón y respondí al llamado. Se escuchaba como lluvioso, varias veces dije hola, o pregunté si había alguien del otro lado de la línea. Todo esto comenzaba a desesperarme y perdía el juicio y la calma. Hasta que de repente el sonido lluvioso cesó, y alguien pronunció mi nombre en voz baja y apagada. La voz parecía ser de un hombre, no muy joven. Lo único que me dijo es, que si quería ver a Clara, que ella me iba a estar esperando en la casa de junto, de los Prince, unos ancianos que hace tiempo habían dejado de vivir ahí, los hijos los habían trasladado a un geriátrico, y la casa hacía tiempo que estaba deshabitada. En aquél momento sentí desesperación, adrenalina, miedo, terror, sobre todo desesperación. Decidí salir e ir hacia allí, busqué el revólver en mi habitación. Creí que sería bueno llamar a mi superior, el Sargento Labeiro, explicándole la situación en la que me encontraba. Rápidamente me dijo que espere en mi casa, que no saliera antes de que él llegase. Eran creo cerca de las dos de la madrugada ya. Pronto, en menos de cinco minutos, escuché fuera una frenada, y aparcó su automóvil y bajó. Tomé el revólver y salí, pronto entramos al grito de Policía abriendo la puerta con fuerza. Dentro de la casa había mucho olor a humedad y, no parecía haber nadie. Comenzamos a revisar los ambientes de la casa. Dentro, el lugar era lúgubre, había mucha suciedad, telas de araña, parecía que nadie había habitado allí por algún tiempo, en efecto, así era. No puedo explicar la ansiedad que tenía. Y entonces, pasó lo que no debía pasar. Vi lo que no tenía que ver. En lo que habría sido la habitación de los ancianos, estaba Clara, tendida en el suelo al costado de la cama matrimonial,  en medio de un charco de sangre. Tenía un agujero de bala en su frente, los ojos aún estaban abiertos. Me cuesta recordar ese momento, compréndame, señor. Estaba muerta allí mi esposa, Clara. 
               - Está bien, quédese tranquilo. Trate de concentrarse. ¿Quiere ordenar otro café? La cuenta queda a mi cargo, no se preocupe por eso. O, ¿algo de comer, acaso?
               - No, está bien, señor... ¿Cómo es su nombre, señor?
               - Lewis, señor Maurer, Martin Lewis.
               - Muchas gracias, de igual modo, señor Lewis. Entonces, como le decía, caí de rodillas al suelo al ver esa escena, tenía los ojos vidriosos, no pude pronunciar una sola palabra. De mi mano cayó el revólver al suelo. Labeiro, quien había ido al fondo de la casa, vino corriendo buscándome y llamando a mi nombre, antes de que entrase escuché decir que la puerta del fondo estaba forzada, pero cuando entró a donde estaba, no pudo continuar, quedó en completo silencio. Fue un momento tan frío... Sacó su teléfono móvil y llamó al departamento. En menos de diez minutos, el lugar se había llenado de patrullas, luces, ambulancia, ruido. Luego de un eterno momento logré reaccionar. Agarré mi revólver, me levanté y salí despacio de la casa, y lo único que hice fue quedarme afuera apoyado en la pared. Recuerdo, que no estaba pensando en absolutamente nada, seguía inmóvil allí posado sobre la pared de la casa, y sin poder decir una sola palabra. Sentía un profundo desconcierto, tristeza. Pero no podía hacer nada. Ella estaba muerta. ¡Estaba muerta! -golpeé la mesa con fuerza, mis ojos estaban nuevamente vidriosos, mi vista nublada. Todos en aquel húmedo bar voltearon para allí cuando golpeé. 
               - Tranquilo, señor Maurer. Quédese tranquilo. Todo va a estar bien. Nosotros nos encargaremos. Con esto será suficiente. Me llevaré el papel con la inscripción para hacerle algunos exámenes, si no le molesta.
               Al mismo tiempo que terminó de pronunciar aquella frase, recuerdo haber oído una fuerte frenada, de al menos dos autos, o tal vez tres, de los cuales se bajaron cuatro personas y entraron rápidamente al bar. Buscaban al detective, a quien rápidamente identificaron, y quien se precipitó al ver a estos hombres. Trató de levantarse y escaparse hacia adentro de la cocina. Pero no pudo ser. No alcanzó a dar cuatro pisadas que lo habían acribillado sin piedad. Todos dentro gritaron y se tiraron al suelo, sólo yo permanecía en mi silla. Se acercaron a la mesa. Estaba tan asustado, ¡realmente pensaba que iban a matarme! Uno de los hombres me miró, y le pedí por favor que no disparara. Lo único que hizo fue apagar la grabadora y guardarla en el bolsillo de su pantalón. Recuerdo cada espacio de su rostro, su expresión.
               - ¿Dónde está el papel?
               - ¿Qué papel?- Respondí. Error grave. Posó su revólver en mi cabeza, y repitió:
               - ¡El papel Víctor!-  Extrañamente estos tipos me conocían, o al menos, sabían mi nombre.
               - Se refiere usted a... Busque en el bolsillo de su camisa- Apunté con la mirada a Lewis, quien permanecía tendido en el suelo, muerto.
               Le sacó el papel del bolsillo de su camisa, donde efectivamente estaba, y se marcharon.

Cal sweeney

...bueno, si perdiera a toda mi familia,
y todo lo que tuviera,
cuando solo tenía 10 años, en un incendio...
Estoy seguro que me habría aferrado a la única cosa que no ardió.


Aunque fuera sólo una caja vacía.



hangover

Había hecho ya cerca de 350 kilómetros tras su paso. Era ya de noche: casi las doce. La lluvia golpeaba con fuerza sobre el parabrisas de mi camioneta, rebotando y convirtiendose en gotas más pequeñas, brillantes que reflejaban la luz de la carretera, que caían al costado del camino y se perdían en el sendero. Mi objetivo viajaba a tres autos de distancia por el carril rápido. Era tarde y realmente se sentía el cansancio y agotamiento, los párpados comenzaban a pesar, las luces de los autos contrarios a brillar más de lo usual. Aún así, el pasajero del asiento trasero me obligaba a continuar. Y claro. Cómo negarme? Si nunca nadie me enseñó. Nunca pude contradecirlo. Somos uno solo en las noches de acción de Miami.
Quisiera llegar a entender alguna día por qué es que hago lo que hago. Por qué es que tengo que hacerlo, por qué la necesidad, presente en cada una de esas noches, quién ese supuesto sospechoso y oscuro pasajero, que aparece en el asiento trasero, que me induce y me controla. Más allá de eso, quisiera saber si soy yo culpable de todo esto. Cualquier individuo se horrorizaría con solo sospechar e imaginar las cosas que para mí son normales. Quiero saber, si soy culpable, qué tan culpable soy, si hay una manera de probar que no soy yo, sino ese pasajero oscuro quien hace lo que hace. Quisiera saber que Harry no va a ser así. Qué tal si es algo que se lleva en la sangre? Después de todo, soy adoptado, y quién sabe cómo fue realmente mi padre biológico? Algunas veces siento el deseo de sentir tal y como sienten los demás, todos los demás. De no ser tan frío, tan sin sentir. Desearía poder ser de lo más natural, y no tener que vestir esta máscara todo el tiempo, ser yo sin tener que ser juzgado por nada ni por nadie. 
Mientras pensaba, me di cuenta que aquel Dexter Mor.. perdón, aquel bastardo asesino de prostitutas, se alejaba por el carril rápido como flecha. Me sumé con cuidado al carril rápido durante un largo trecho, hasta que comenzó a disminuir la velocidad, agregándose al carril derecho, y deteniéndose en una estación de servicio. Pensé que ésta sería mi oportunidad. Así que le seguí. Aparqué bajo un techado al lado de su Scania y me bajé de la camioneta. Entré y compré un refresco, y salí para volver a la camioneta. Apoyado sobre ella, contemplaba mi próximo objetivo. Debo haberlo incomodado, porque luego de notar que lo observaba, me preguntó qué demonios estaba mirando. Detesto que la gente pregunte qué demonios. Cuál es la razón por la cual no se puede tratar a la otra persona con respeto? Cuál es la necesidad de ser tan descortés? Bueno, no podía esperar mucho de alguien así. Me limité a responder, de forma natural que, me sorprendía que alguien que maneja un camión de tales dimensiones, este bebiendo cerveza al costado del camino, y en una noche de lluvia -estaba bebiendo de una botella de 750cc, y se veía a su lado un cajón con otras once restantes-, a lo que me respondió que dormiría allí, que continuaría por la mañana, y que me meta en mis propios asuntos. A veces la gente puede ser lo suficientemente descortés. Merece la muerte solo por eso. Bueno, no solamente por eso. Bueno, no por eso merece la muerte, aunque la merece por otras cuestiones. Abrí el baúl y me cercioré que tuviese todo lo necesario, cinta, plásticos, herramientas, overol, las imágenes de las prostitutas asesinadas. Con la jeringa en mi bolsillo, comencé a pasearme por todo el lugar. Y me detuve en el frente del camión. De repente, llamé a Gregor, le dije que viniera, que observara, que tenía en la parrilla del enorme camión una especie de pájaro que había atropellado en el camino. El pobre pájaro no alcanzó a volar a tiempo, y el muy bastardo venía muy rápido, al no llevar ningún acoplado, podía viajar mucho más aliviado, y más rápido también. al costado del pájaro estaba todo manchado y con plumas aún pegadas a la parrilla. Gregor se acercó, y entre medio de insultos comenzó a sacar los restos del pájaro. Fue ahí que levanté mi mano derecha y le clavé en su cuello la jeringa. Alcanzó a mirarme, con una expresión de profundo miedo y desconcierto. Busqué un buen sitio en donde comenzar, mientras dormía profundamente en el compartimiento trasero de mi camioneta. A doscientos metros de la estación de servicio, encontré una casa, a la cual le quedaba su esqueleto nada más. Entré, parecía apropiada. en el medio colgaba una lámpara, la cual pude encender después de haber levantado la ficha de la térmica en el lado posterior de la casa. El piso era de madera, las paredes del interior estaban pintadas de amarillo, aunque se notaba que hacía mucho tiempo que no se pintaba ni se mantenía. Le faltaban algunas persianas exteriores. Los marcos de madera de las ventanas y puertas estaban ya opacos, y los vidrios manchados de humedad y polvo. Lo cierto es que era un lugar lúgubre. Pero me bastaba para montar allí la burbuja. De hecho así fue. En media hora, ya había montado todo y estaba listo para traer a Gregor, quien sería mi próxima víctima.