28.08.11
Es un infierno. Esa chica, si, esa que ves ahí. Esa chica de linda sonrisa, que ilumina hasta lo más profundo de mi alma cuando me ve, esa chica con sus ojos negros, que parecieran estar levemente más hundidos que lo normal en su cabeza, provocando en toda la cavidad una sombra extrañamente hermosa, esa chica con sus pómulos algo pronunciados y siempre levemente enrojecidos, esa chica con la mandíbula que no va a sobrepasar nunca su maxilar superior, dándole un aspecto más pequeño al sonreír, esa chica con el flequillo prolijamente cortado al mejor estilo rolinga, pero que a la altura de las dos orejas esta enmarañado, y siempre suelto, atado con un broche marrón. Esa chica que lleva un vestido violeta con rayas negras horizontales, medias oscuras y unos pequeños zapatitos color gris oscuro con abrojo. Esa chica de allá, la ves? Es el amor de mi vida, es lo que nunca voy a tener, es la persona más incompatible que conocí, y también es la persona que más me volvió loco. Es de quien no me tendría que enamorar, porque mientras yo estoy estudiando o entrenando, ella esta fumando, volando libre dentro de su mente, imaginandose las cosas más locas que jamás podré saber siquiera, pero dentro de todas esas cosas, yo no existo. No me registra. No soy nada, ni un número para ella. Además sabés qué? Ella tiene novio. Un chico que la entiende, que la comprende, que la abraza en sus peores momentos, que está con ella, que seguramente ella halla pasado sus mejores tardes de delirio junto a él, fumando juntos. El es un chico que es para ella, que son compatibles, tienen seguro los mismos gustos, hacen cosas juntos, sabe más cosas de ella que de él mismo, la entiende, y ella junto a él se siente realmente querida, amada. Él se merece estar junto a ella. Hizo lo debido, lo propio. En cambio yo, yo no soy nada, y no voy a poder llegar a hacer las cosas que ella hace nunca. Somos el agua y el aceite, no vamos a poder estar juntos nunca. Es simple. También los motivos por los que es el amor de mi vida son simples, principalmente porque nunca la voy a tener. Son tan simples como los motivos por los que no podemos estar juntos. Uno siempre quiere lo que no tiene, es inconformismo, es básico. Yo quiero eso, lo quiero de verdad. Quiero esa chica, quiero poder.. Poder.. Poder qué? Tenerla? Me tiene ella a mí primero, no yo a ella. Estar con ella? Cuánto podría llegar a aguantar una persona así conmigo? Nada, somos totalmente antagónicos, incompatibles. Dos seres totalmente diferentes. No encuentro más que caprichos para querer estar con ella. La manera en la que me ignora, que me pasa por alto todo el tiempo. El pensar que no la voy a volver a ver nunca más. Me parte al medio, me deshace. Ella va a seguir con su vida, va a seguir llendo al mismo colegio, va a seguir estando con su novio, va a seguir viviendo donde vive, va a seguir fumando lo que fuma, consumiendo lo que consume. Yo voy a seguir acá suspirando, preguntándome porqué quiero estar con ella, siguiendo adelante con mi vida, con mi rutina, pensando que nunca va a volver, nunca más nos vamos a cruzar, y si lo hacemos, ella no me va a conocer, y nuevamente no voy a tener los huevos suficientes para decirle, hola, miranda, soy el amor de tu vida, aceptame como soy, haré lo mismo, y sin importar opiniones ajenas, hasta el resto de nuestros días vamos a estar juntos. Y yo sigo acá, recreando la situación dentro de mi cabeza, mirándonos fijamente, ella con el ceño fruncido, preguntándose a quién es que tiene adelante, que no la deja seguir caminando aunque ella insista, que en el medio de la calle y enfrente de todos le dice estas cosas raras que nunca antes había escuchado, que en el medio de tanta insistencia en medio de ese silencio, ella logra abrirse paso entre la pared y mi cuerpo, y a paso apresurado veo yo como se aleja, con el codo apoyado en esa vieja pared color gris del barrio del once, mi cabeza sobre mi brazo, mordiéndome el labio inferior, viendo como nuevamente se escapa, y no haciendo nada para impedirlo. Situación que se repite dentro de mi mente día tras día, dejó en mi una huella imborrable, nunca voy a saber lo que es estar con ella, tampoco si es realmente el amor de mi vida, si es que tal cosa existe. Si hay peor cosa que haber intentado y fallado, es no intentarlo nunca.
uno
Era una fría mañana de invierno en la ciudad de buenos aires. La helada podría verse brillar en el alféizar de la ventana. Era tan temprano que ni siquiera la luz del sol iluminaba aún la fría habitación donde estaba el Señor Massara, desparramado en el suelo, y ya desangrado. La sangre había tomado un color oscuro, ya coagulada. A las siete en punto de esa mañana trágica de lunes, sonó el timbre. El Señor Massara, con sus cuarenta y un años de edad, no convivía con nadie en su amplio hogar. Era un hombre que disfrutaba de su soledad tanto como de sus incontadas "compañías de fin-de-semana", suculentas y llamativas señoritas que no pisaban los treinta años de edad. Naturalmente nadie respondió al incesante llamado de la mucama, Marianela, que con sus labios ya morados maldecía a Massara, en el umbral de la enorme puerta de bronce del edificio. Luego de nueve o diez eternos minutos de insistencia bajo el umbral tocando el timbre, sonó el teléfono, y al cabo de 4 tonos, un pitido indicó que el contestador automático se había puesto en funcionamiento, y la voz de la mucama retumbando entre el silencio y la soledad de las altas paredes del living de su piso: -"Francisco, de nuevo te has quedado dormido, es la tercera vez que me haces venir hasta aquí, y te has quedado dormido. No te olvides que tengo hora y veinte minutos de viaje desde mi casa, para que luego no me atiendas. Procura que no se vuelva a repetir, por favor. Y llámame cuando oigas el mensaje"-.
El señor Massara era propietario de varias empresas importantes en el rubro de la construcción. Hacía poco que se había mudado allí, un edificio en la zona de La recoleta que especialmente habían re-diseñado a su gusto. Amplias y altas habitaciones con pisos de madera, con decoraciones antiguas por doquier, rústicos muebles de algarrobo con detalles tallados. Incluso tenía un cuarto de huéspedes, donde la mucama de lunes a viernes se hospedaba, para no volver todos los días a su casa. Era una muchacha simpática, había entrado a trabajar para él por recomendación de un colega. Era tan amplio su piso, tan imponente, que hasta el cuarto de la mucama era cómodo y espacioso. Ella se sentía a gusto trabajando para él. Aunque su carácter no era de lo mejor, y sus actitudes algo discutibles, la remuneración era buena, y el trabajo era bastante confortable. Gracias a éste, ella había empezado a aportar, ya que él la mantenía en blanco. También había podido darse ciertos gustos que previo a trabajar para Massara, habían sido impensados, ella y su familia.
Esa mañana de Lunes, la casa estaba estrepitosamente desordenada, y muy sucia. Aquél domingo se había celebrado una reunión en su casa por la noche, junto con amigos, y amigos de amigos, y bastantes suculentas señoritas. Habían ido a su piso cerca de cuarenta o cincuenta personas. Luego de que se terminaron de ir todos, los pisos habían quedado pegajosos, las paredes manchadas, los manteles de las mesas con vino, café, y demás cosas viscosas. Marianela habría tenido mucho trabajo al otro día de no haber pasado lo que pasó. Nadie supo bien qué pasó exactamente, pero tuvo el peor final, y menos esperado.
Ya eran las doce del medio día, y como era de esperarse, nada sucedía dentro de su casa. Los vidrios en el suelo seguían ahí, las paredes y mesas sucias, tal y como habían dejado todo aquella madrugada, hasta que el timbre rompió con el profundo silencio. El camarero del restaurante de la calle contigua le acercaba el almuerzo como solía hacer todos los mediodías, excepto porque éste, le fue imposible recibir su comida, y al cabo de unos minutos, ya no sonaba más el timbre. Ahora era el turno de su teléfono celular romper con el silencio y la tranquilidad. Era su socio, Ramirez, una persona más que de confianza. Massara lo sentía ya como un hermano, a pesar de ser hijo único. Ramirez, quien había quedado en almorzar junto a su socio en su departamento, previo a ir a su trabajo, le extrañó que no atendiera al celular. Extrañandose de lo que ocurría, pensó que no debía de preocuparse demasiado, probablemente Francisco había olvidado su encuentro y se había marchado, o tal vez ni siquiera se había despertado. En el momento que estaba dando la vuelta para regresar a su coche, se topa con Marianela, la mucama del señor Massara, quien le cuenta lo vivido aquella mañana. Ambos, preocupados, decidieron que Marianela seguiría insistiendo con el timbre y el teléfono, mientras que Ramirez acudiría hacia la comisaría para reportar lo que sucedía.
Intentaron de todo, llamaron a su teléfono celular, a su portero eléctrico, al teléfono fijo de su departamento, pero nada. Nadie ni nada contestaba ni daba señales de vida, era evidente que algo no andaba bien. La policía, ya para las dos y media de la tarde, decidió entrar, así que con un cerrajero, y con la aprobación del portero, subieron hasta su tercer piso, y abrieron la puerta, todos los ojos posados detras de lo que se encontrarían en esa puerta. Al entrar, llamaron a su nombre, pero nadie contestaba, así que ansiosos procedieron a revisar los cuartos. Fue Marianela que se encontró con el susodicho cuerpo, seguido de un alarido que se escuchó con seguridad en toda la cuadra, y bien podría haber roto algún vidrios. Todos supusieron lo que lamentablemente tendrían ante sus ojos, en el medio de la habitación, desangrado, y con una inscripción en el suelo.
El señor Massara era propietario de varias empresas importantes en el rubro de la construcción. Hacía poco que se había mudado allí, un edificio en la zona de La recoleta que especialmente habían re-diseñado a su gusto. Amplias y altas habitaciones con pisos de madera, con decoraciones antiguas por doquier, rústicos muebles de algarrobo con detalles tallados. Incluso tenía un cuarto de huéspedes, donde la mucama de lunes a viernes se hospedaba, para no volver todos los días a su casa. Era una muchacha simpática, había entrado a trabajar para él por recomendación de un colega. Era tan amplio su piso, tan imponente, que hasta el cuarto de la mucama era cómodo y espacioso. Ella se sentía a gusto trabajando para él. Aunque su carácter no era de lo mejor, y sus actitudes algo discutibles, la remuneración era buena, y el trabajo era bastante confortable. Gracias a éste, ella había empezado a aportar, ya que él la mantenía en blanco. También había podido darse ciertos gustos que previo a trabajar para Massara, habían sido impensados, ella y su familia.
Esa mañana de Lunes, la casa estaba estrepitosamente desordenada, y muy sucia. Aquél domingo se había celebrado una reunión en su casa por la noche, junto con amigos, y amigos de amigos, y bastantes suculentas señoritas. Habían ido a su piso cerca de cuarenta o cincuenta personas. Luego de que se terminaron de ir todos, los pisos habían quedado pegajosos, las paredes manchadas, los manteles de las mesas con vino, café, y demás cosas viscosas. Marianela habría tenido mucho trabajo al otro día de no haber pasado lo que pasó. Nadie supo bien qué pasó exactamente, pero tuvo el peor final, y menos esperado.
Ya eran las doce del medio día, y como era de esperarse, nada sucedía dentro de su casa. Los vidrios en el suelo seguían ahí, las paredes y mesas sucias, tal y como habían dejado todo aquella madrugada, hasta que el timbre rompió con el profundo silencio. El camarero del restaurante de la calle contigua le acercaba el almuerzo como solía hacer todos los mediodías, excepto porque éste, le fue imposible recibir su comida, y al cabo de unos minutos, ya no sonaba más el timbre. Ahora era el turno de su teléfono celular romper con el silencio y la tranquilidad. Era su socio, Ramirez, una persona más que de confianza. Massara lo sentía ya como un hermano, a pesar de ser hijo único. Ramirez, quien había quedado en almorzar junto a su socio en su departamento, previo a ir a su trabajo, le extrañó que no atendiera al celular. Extrañandose de lo que ocurría, pensó que no debía de preocuparse demasiado, probablemente Francisco había olvidado su encuentro y se había marchado, o tal vez ni siquiera se había despertado. En el momento que estaba dando la vuelta para regresar a su coche, se topa con Marianela, la mucama del señor Massara, quien le cuenta lo vivido aquella mañana. Ambos, preocupados, decidieron que Marianela seguiría insistiendo con el timbre y el teléfono, mientras que Ramirez acudiría hacia la comisaría para reportar lo que sucedía.
Intentaron de todo, llamaron a su teléfono celular, a su portero eléctrico, al teléfono fijo de su departamento, pero nada. Nadie ni nada contestaba ni daba señales de vida, era evidente que algo no andaba bien. La policía, ya para las dos y media de la tarde, decidió entrar, así que con un cerrajero, y con la aprobación del portero, subieron hasta su tercer piso, y abrieron la puerta, todos los ojos posados detras de lo que se encontrarían en esa puerta. Al entrar, llamaron a su nombre, pero nadie contestaba, así que ansiosos procedieron a revisar los cuartos. Fue Marianela que se encontró con el susodicho cuerpo, seguido de un alarido que se escuchó con seguridad en toda la cuadra, y bien podría haber roto algún vidrios. Todos supusieron lo que lamentablemente tendrían ante sus ojos, en el medio de la habitación, desangrado, y con una inscripción en el suelo.
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