De repente esta soledad se puebla, se puebla de esperanzas,
dejás de ser un trazo de lápiz h en una hoja de dibujo, en el escritorio del
living, en la inmensidad de esta noche, un trazo, una línea, una curva, levanto
el lápiz, otra curva, luego dibujo tu boca, pequeña y delicada, perfectas si
las hay, sombras, más trazos, sigo por la intensidad del negro de los párpados,
casi puedo sentirlos tan cerca, que entreabiertos tus ojos me miran, miran mi
rostro aturdido. Me sonreís y te sonrío, todo es perfecto, ahora sí. Luego abro
los ojos, y allí de nuevo me encuentro yo, me encuentro dibujándote, a la luz
de la lámpara del escritorio del living de mi casa, con el sonido de la música
atravesando todo el ambiente, llegando hasta lo más profundo de mí. Esta soledad
se puebla de vos, cuando mágicamente una silueta atraviesa la puerta, indudablemente
tiene tu forma. Sin decir una sola palabra te continúo inventando, acá a mi
lado, en cada trazo, en cada sombra, en cada línea, en cada curva. Un montón de
grafito y plomo, en un papel que ya no sirve más, con un lápiz con punta cada
vez más redondeada. La música sigue sonando, esa voz gruesa, ilegible
pronunciación con acento americano, el hombre, recordando aquel desdichado once
de septiembre, en cada nota, en cada frase, yo lo sé. Sentada al lado mío, cada
vez con mejor definición estas vos, dibujada entre grises, inmortalizada de por
vida, recuerdos imborrables. Luego una firma por debajo, una fecha.
Doy vuelta la hoja, y su nombre escrito en lápiz.