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De repente esta soledad se puebla, se puebla de esperanzas, dejás de ser un trazo de lápiz h en una hoja de dibujo, en el escritorio del living, en la inmensidad de esta noche, un trazo, una línea, una curva, levanto el lápiz, otra curva, luego dibujo tu boca, pequeña y delicada, perfectas si las hay, sombras, más trazos, sigo por la intensidad del negro de los párpados, casi puedo sentirlos tan cerca, que entreabiertos tus ojos me miran, miran mi rostro aturdido. Me sonreís y te sonrío, todo es perfecto, ahora sí. Luego abro los ojos, y allí de nuevo me encuentro yo, me encuentro dibujándote, a la luz de la lámpara del escritorio del living de mi casa, con el sonido de la música atravesando todo el ambiente, llegando hasta lo más profundo de mí. Esta soledad se puebla de vos, cuando mágicamente una silueta atraviesa la puerta, indudablemente tiene tu forma. Sin decir una sola palabra te continúo inventando, acá a mi lado, en cada trazo, en cada sombra, en cada línea, en cada curva. Un montón de grafito y plomo, en un papel que ya no sirve más, con un lápiz con punta cada vez más redondeada. La música sigue sonando, esa voz gruesa, ilegible pronunciación con acento americano, el hombre, recordando aquel desdichado once de septiembre, en cada nota, en cada frase, yo lo sé. Sentada al lado mío, cada vez con mejor definición estas vos, dibujada entre grises, inmortalizada de por vida, recuerdos imborrables. Luego una firma por debajo, una fecha. 
Doy vuelta la hoja, y su nombre escrito en lápiz.

Capítulo 7

Toco tu boca, con mi dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta con cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, luego hacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mirándose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando con sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acarician lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar junto a mí como una luna en el agua.

Rayuela, Julio Cortázar.